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Enfoques En La Escritura
Blog + Taller de María Clara Podestá
sábado, 10 de mayo de 2014
sábado, 29 de marzo de 2014
sugerencia de largas vacaciones
UN POLACO DE A PIE
Dos poetas polacos ganaron el Nobel, Czeslaw Milosz y Wislawa Szymborska, y los dos decían que eran tres los que lo habían ganado porque cuando se escriben los nombres de Milosz y Szymborska se escribe en tinta invisible el de Zbigniew Herbert. No hablaban del pasado; hablaban de un poeta que había empezado a escribir después que ellos. Milosz ya había soplado las velitas de los cincuenta cuando pasó sus dos primeros años de residencia en Estados Unidos traduciendo 99 poemas de Herbert al inglés. Traducir 99 poemas no es gentileza ni visita turística: es irse a vivir a la poesía de otro. Szymborska también lo hizo, a su manera; así lo dijo cuando le dieron el Nobel: “Cada vez que leí un poema de Herbert me senté a escribir”. Yo no sé polaco, pero desde el primer poema de Herbert que leí quiero irme a vivir ahí....
Recomiendo con fervor leer este reciente rescate de nuestro estupendo rescatista literario, JUAN FORN
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/index-2014-03-28.html
Y después me cuentan.
domingo, 9 de febrero de 2014
José Emilio Pacheco. Imprescindible la lectura de este breve texto, para gozar con su escritura precisa y lúcida
Elogio del Jabón
El objeto más bello y más limpio de este mundo es el jabón oval que sólo huele a sí mismo. Trozo de nieve tibia o marfil inocente, el jabón resulta lo servicial por excelencia. Dan ganas de conservarlo ileso, halago para la vista, ofrenda para el tacto y el olfato. Duele que su destino sea mezclarse con toda la sordidez del planeta.
En un instante celebrará sus nupcias con el agua, esencia de todo. Sin ella el jabón no sería nada, no justificaría su indispensable existencia. La nobleza de su vínculo no impide que sea destructivo para los dos.
Inocencia y pureza van a sacrificarse en el altar de la inmundicia. Al tocar la suciedad del planeta ambos, para absolvernos, dejarán su condición de lirio y origen para ser habitantes de las alcantarillas y lodo de la cloaca.
También el jabón por servir se acaba y se acaba sirviendo. Cumplido su deber será laja viscosa, plasta informe contraria a la perfección que ahora tengo en la mano.
Medios lustrales para borrar la pesadumbre de ser y las corrupciones de estar vivos, agua y jabón al redimirnos de la noche nos bautizan de nuevo cada mañana. Sin su alianza sagrada, no tardaríamos en descender a nuestro infierno de bestias repugnantes. Lo sabemos, preferimos ignorarlo y no darle las gracias.
Nacemos sucios, terminaremos como trozos de abyecta podredumbre. El jabón mantiene a raya las señales de nuestra asquerosidad primigenia, desvanece la barbarie del cuerpo, nos permite salir una y otra vez de las tinieblas y el pantano.
Parte indispensable de la vida, el jabón no puede estar exento de la sordidez común a lo que vive. Tampoco le fue dado el no ser cómplice del crimen universal que nos ha permitido estar un día más sobre la Tierra.
Mientras me afeito y escucho un concierto de cámara, me niego a recordar que tanta belleza sobrenatural, la música vuelta espuma del aire, no sería posible sin los árboles destruidos (los instrumentos musicales), el marfil de los elefantes (el teclado del piano), las tripas de los gatos (las cuerdas).
Del mismo modo, no importan las esencias vegetales, las sustancias químicas ni los perfumes añadidos: la materia prima del jabón impoluto es la grasa de los mataderos. Lo más bello y lo más pulcro no existirían si no estuvieran basados en lo más sucio y en lo más horrible. Así es y será siempre por desgracia.
Jabón también el olvido que limpia del vivir y su exceso. Jabón la memoria que depura cuanto inventa como recuerdo. Jabón la palabra escrita. Poesía impía, prosa sarnosa. Lo más radiante encuentra su origen en lo más oscuro. Jabón la lengua española que lava en el poema las heridas del ser, las manchas del desamparo y el fracaso.
Contra el crimen universal no puedo hacer nada. Aspiro el aroma a nuevo del jabón. El agua permitirá que se deslice sobre la piel y nos devuelva una inocencia imaginaria.
El objeto más bello y más limpio de este mundo es el jabón oval que sólo huele a sí mismo. Trozo de nieve tibia o marfil inocente, el jabón resulta lo servicial por excelencia. Dan ganas de conservarlo ileso, halago para la vista, ofrenda para el tacto y el olfato. Duele que su destino sea mezclarse con toda la sordidez del planeta.
En un instante celebrará sus nupcias con el agua, esencia de todo. Sin ella el jabón no sería nada, no justificaría su indispensable existencia. La nobleza de su vínculo no impide que sea destructivo para los dos.
Inocencia y pureza van a sacrificarse en el altar de la inmundicia. Al tocar la suciedad del planeta ambos, para absolvernos, dejarán su condición de lirio y origen para ser habitantes de las alcantarillas y lodo de la cloaca.
También el jabón por servir se acaba y se acaba sirviendo. Cumplido su deber será laja viscosa, plasta informe contraria a la perfección que ahora tengo en la mano.
Medios lustrales para borrar la pesadumbre de ser y las corrupciones de estar vivos, agua y jabón al redimirnos de la noche nos bautizan de nuevo cada mañana. Sin su alianza sagrada, no tardaríamos en descender a nuestro infierno de bestias repugnantes. Lo sabemos, preferimos ignorarlo y no darle las gracias.
Nacemos sucios, terminaremos como trozos de abyecta podredumbre. El jabón mantiene a raya las señales de nuestra asquerosidad primigenia, desvanece la barbarie del cuerpo, nos permite salir una y otra vez de las tinieblas y el pantano.
Parte indispensable de la vida, el jabón no puede estar exento de la sordidez común a lo que vive. Tampoco le fue dado el no ser cómplice del crimen universal que nos ha permitido estar un día más sobre la Tierra.
Mientras me afeito y escucho un concierto de cámara, me niego a recordar que tanta belleza sobrenatural, la música vuelta espuma del aire, no sería posible sin los árboles destruidos (los instrumentos musicales), el marfil de los elefantes (el teclado del piano), las tripas de los gatos (las cuerdas).
Del mismo modo, no importan las esencias vegetales, las sustancias químicas ni los perfumes añadidos: la materia prima del jabón impoluto es la grasa de los mataderos. Lo más bello y lo más pulcro no existirían si no estuvieran basados en lo más sucio y en lo más horrible. Así es y será siempre por desgracia.
Jabón también el olvido que limpia del vivir y su exceso. Jabón la memoria que depura cuanto inventa como recuerdo. Jabón la palabra escrita. Poesía impía, prosa sarnosa. Lo más radiante encuentra su origen en lo más oscuro. Jabón la lengua española que lava en el poema las heridas del ser, las manchas del desamparo y el fracaso.
Contra el crimen universal no puedo hacer nada. Aspiro el aroma a nuevo del jabón. El agua permitirá que se deslice sobre la piel y nos devuelva una inocencia imaginaria.
martes, 28 de enero de 2014
Elena Poniatowska. Y a propósito de que hablamos del Premio Cervantes
La escritora mexicana, hija de padre francés y madre mexicana, nació en 1932 en París donde vivió sus primeros años. Vicisitudes de la revolución mexicana y luego de la segunda guerra mundial provocaron los exilios familiares. A los diez años la enviaron con su hermana a EEUU para hacer sus estudios y de regreso a México comenzó en 1954 su carrera periodística.
En 1965 viajó a Polonia, país en el que realizó una serie de crónicas para el periódico en el que escribía, Novedades, allí cuestionaba el sentido de moral establecido, el de justicia y el absurdo de la vida. Podría decirse que esto sintetiza su carrera como activista. Los temas de sus obras son inquebrantables perseverancias: la mujer y su visión del mundo, la crítica social, las luchas por alcanzar reivindicaciones, lo bello de México y sus conflictos cotidianos, la denuncia de injusticias y, por supuesto la cultura y la literatura. "Soy como el mole" aduce para mostrarse íntegramente mexicana.
Autora de numerosos textos publicados como ensayos, novelas, cuentos, cuentos para chicos, obras de teatro, poesía, biografías y reportajes de investigación; más de 40 libros han sido traducidos a -por lo menos veinte- idiomas.
Algunos de sus libros son "Lilus Kikus", "Hasta no verte Jesús mío", "La piel del cielo", “Tinísima”, “Melés y Teleo. Apuntes para una comedia", “La noche de Tlatelolco”, “De noche vienes", “Nada, nadie. Las voces del temblor", “Mariana Yampolsky y la bugambilia", “La vendedora de nubes", “Palabras cruzadas”, "Leonora". Su última obra es "El universo o nada", biografía de su pareja, el astrónomo Guillermo Haro.
Le fueron otorgaron numerosos premios y doctorados internacionales, entre los primeros pueden listarse veinte y los honoris causa suman diez, además de las menciones; entre ellos el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos en su quincuagésima edición celebrado en Caracas (Venezuela) por su obra "El tren pasa primero" y el 19 de noviembre de 2013 se resuelve que premiarla con el máximo galardón de las letras en español, el Cervantes.
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José Emilio Pacheco, Objeto de culto juvenil
Elena Poniatowska nos relata el acontecimiento
Ahora sí, la congoja
es total. José Emilio Pacheco no va a reponerse. Primero lo abrumó el Reina
Sofía 2010, ahora el Cervantes, anunciado en la Feria del Libro de Guadalajara
mientras mil jóvenes leen Las batallas en el desierto. Ahora sí Morirás
lejos no será profecía. Ahora sí se cumple El principio del placer,
ahora sí La edad de las tinieblas se hace luz, ahora sí podemos
aproximarnos al Cantar de los cantares.
Los jóvenes se arrodillan
ante José Emilio Pacheco. Alta traición es objeto de culto y lo saben de
memoria. El poeta José Emilio pide perdón, se echa para atrás, dice que no, que
por favor, que no es para tanto y repite lo que dijo frente a la reina Sofía el
17 de noviembre en el Palacio Real de Madrid:
"La literatura sólo puede funcionar en términos de suficiencia individual, sensibilizar contra la violencia, la crueldad y darte una conciencia muy grande de la presencia del otro".
Los jóvenes lo abrazan, ha dado mil entrevistas por semana, se ha
parado frente a cincuenta mil micrófonos, ha dedicado más de mil veces el
grueso volumen de su poesía Tarde o temprano, la adoración lo está
matando, no puede más. Confuso ante tanta veneración, José Emilio responde que
"algo se está quebrando en todas partes. Se agrieta nuestra edad".
Les advierte que no van a durar y que
"sobre su rostro / crecerá otra cara".
Es raro sentir gratitud por un escritor vivo, pero él reúne todas las
devociones. José Emilio toca fibras en las que nos reconocemos, en las que tú y
él y yo, ustedes y nosotros nos identificamos. Los jóvenes lo quieren porque ha
tenido la generosidad de decir que
"todo lo escribimos entre todos",
así como su admirado Alfonso Reyes lo antecedió diciendo que "todo lo
sabemos entre todos", porque su lenguaje es desnudo y nos desnuda, porque
leerlo les ofrece la posibilidad de no hacer concesiones, de no incurrir en lo
fácil, de no caer en la rutina.
Los jóvenes lo quieren
porque los invita, se pone en su lugar, generaciones vienen y generaciones van
y José Emilio, que fue un niño preguntón y molesto (según él), sigue
interrogándose, interrogándolos, interrogándonos, y sintetiza las principales
noticias del mundo para crear nuevas formas de comunicación. Para él la
primera, la esencial, es la lectura silenciosa.
"Me gusta que la poesía sea la voz interior, la voz que nadie oye, la voz de la persona que la lee. Así el yo se vuelve tú, el tú se transforma en yo y del acto de leer nace el nosotros que sólo existe en ese momento íntimo y pleno de la lectura".
Así como Borges
confesó no tener casi ninguna experiencia fuera de la lectura de libros,
Pacheco nos lega la experiencia adquirida desde que decidió entregarse a la
palabra sin tener idea de cuál sería su repercusión porque en los cincuenta
nadie vivía de la escritura.
Lo aman los jóvenes porque además de gran poeta es
el héroe moral que pide Saramago. Ya a los 26 años se preguntaba:
"¿Quién a mi lado llama, quién susurra / o gime en la pared? / Si pudiera saberlo, si pudiera / alguien saber que el otro lleva a solas / todo el dolor del mundo, todo el miedo".
Siempre espero ansiosa
el regreso de José Emilio. Me hace falta. En torno a él, el aire se vuelve
cálido, familiar, verdadero. No hace frases solemnes, no excluye a los otros,
los estudiantes lo rodean, las muchachas se enamoriscan de él, no fabrica una
capilla, no trata de apantallar con su presencia, sus comentarios son caseros:
"Creí que iba a perder el tren", "no encontré taxi", "no sé qué decir en el discurso",
se entreteje su erudición
admirable. En medio del relato de sus pifias y desventuras, que José Emilio acentúa
para rescatar a los demás y hacerlos juez y parte, surgen sus prodigiosos
conocimientos, su información insuperable y José Emilio agridulce acaba
riéndose de sí mismo, nos vuelve cómplices de su infortunio, cualquier que éste
sea. Después de conocerlo desde hace casi cincuenta años, he comprobado que su
humildad y su modestia son verdaderas y que (como él dice)
"nada es de nadie porque todo es de todos. Un poema pertenece a quien tenga la voluntad de hacerlo suyo"
http://elpais.com/diario/2009/12/01/cultura/1259622004_850215.html
La realidad vista por Pacheco
El tremendismo de la realidad,
Su incurable tendencia
Al melodrama y a lo absurdo.
La realidad es psicópata:
Jamás se compadece de sus víctimas.
Hace trampa al jugar con la esperanza.
Todo lo escribe mal con letras chuecas.
Llenas de errores de sintaxis.
Ignora el ritmo, el tono, la armonía.
Confunde los papeles asignados.
Olvida lo que dijo en la otra página.
Debería entrar en un taller literario,
Aprender cuando menos rudimentos
De verosimilitud, coherencia y orden.
Sin embargo posee en alto grado
Una virtud artística suprema:
No se repite nunca,
Siempre es nueva,
Siempre nos deja con la boca abierta.
Como la lluvia. Editorial Visor, colección Palabra de honor, Madrid, 2009.
Pacheco y los quince minutos de Andy Warhol
"Me temo que a la edad que tengo voy a tener que guardar el dinero del Cervantes para gastos de hospital. Veo enfermo a mi amigo Carlos Monsiváis y me doy cuenta de que ése es mi porvenir inmediato. Ojalá se recupere pronto. Sin Monsiváis no se entiende la cultura mexicana de los últimos 50 años. A mí, me llegaron los 15 minutos de fama de los que hablaba Andy Warhol, pero me llegaron a un cuarto para las 12. O sea, que tengo un cuarto de hora de provecho".
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